Este texto de opinión quiere articular en defensa de los ideales creativos de éstos vuestros humildes arquitectos que tras cinco años de vicisitudes ven terminada su obra; y es que no es baladí construir inmuebles con encanto en Madrid.
¿Cuánto cuesta en voluntad, arrojo, tiempo y dinero desarrollar un edificio?
¿Cuánto cuesta en voluntad, arrojo, tiempo y dinero desarrollar un edificio?
Me explico...
Corría el año 2005 cuando encontramos un solar en el que construir un pequeño edificio de siete viviendas en el barrio de Salamanca de Madrid. Ahorro contaros el periplo que supuso la consecución de la financiación, amén de la inversión pecuniaria propia.
Y hete aquí meses después, el anteproyecto había germinado lleno de detalles constructivos y llamándose orgullosamente “Vizconde”, como apócope de la calle en la que se ubicaría, así que se encontraba preparado – cómo no – para someterse al juicio de la Junta Municipal y lo que es peor, de la Comisión de Patrimonio.
Crípticas modificaciones se cernían sobre éstos diseños, ceñidas a subjetivos criterios estéticos en una calle en la que éstos pueden considerarse, cuanto menos, eclécticos. Solventada ésta fase aún nos quedaba sacar nuestro expediente del mar de papel en el que flotan los funcionarios. Nada que no solucionen treinta y dos visitas al Ayuntamiento.
Licencia en mano y sin óbice legal sólo nos quedaba levantar el santuario de los futuros inquilinos. Y como lo que hace que una casa sea hogar son los pequeños detalles y éstos empiezan desde el exterior del edificio, ¿por qué no tener una fachada de piedra embocada en acero y con una puerta diseñada para la ocasión en vez de la típica entrada de aluminio barato? ¿Por qué no tener grandes ventanales a la calle o un luminoso patio pintado en naranja y azul detrás?
Pues dicho y hecho, solo que ahora ésta ilusión hay que venderla a precios de crisis.
Se puede regalar el esfuerzo pero no rebajar el precio de la construcción.
Corría el año 2005 cuando encontramos un solar en el que construir un pequeño edificio de siete viviendas en el barrio de Salamanca de Madrid. Ahorro contaros el periplo que supuso la consecución de la financiación, amén de la inversión pecuniaria propia.
Y hete aquí meses después, el anteproyecto había germinado lleno de detalles constructivos y llamándose orgullosamente “Vizconde”, como apócope de la calle en la que se ubicaría, así que se encontraba preparado – cómo no – para someterse al juicio de la Junta Municipal y lo que es peor, de la Comisión de Patrimonio.
Crípticas modificaciones se cernían sobre éstos diseños, ceñidas a subjetivos criterios estéticos en una calle en la que éstos pueden considerarse, cuanto menos, eclécticos. Solventada ésta fase aún nos quedaba sacar nuestro expediente del mar de papel en el que flotan los funcionarios. Nada que no solucionen treinta y dos visitas al Ayuntamiento.
Licencia en mano y sin óbice legal sólo nos quedaba levantar el santuario de los futuros inquilinos. Y como lo que hace que una casa sea hogar son los pequeños detalles y éstos empiezan desde el exterior del edificio, ¿por qué no tener una fachada de piedra embocada en acero y con una puerta diseñada para la ocasión en vez de la típica entrada de aluminio barato? ¿Por qué no tener grandes ventanales a la calle o un luminoso patio pintado en naranja y azul detrás?
Pues dicho y hecho, solo que ahora ésta ilusión hay que venderla a precios de crisis.
Se puede regalar el esfuerzo pero no rebajar el precio de la construcción.
Pues bien amigos, quedan aún dos pisos disponibles y es buen momento para aprovechar esta oportunidad.
Rafael S.-M.